.

.

lunes, 20 de agosto de 2018

Cocido Lebaniego


                                       
Ingredientes: Un puñado y medio de garbanzos de Potes por persona; un zancarrón o jarrete de ternera; 1 muslo de pollo; un trozo de cerdo (opcional); una punta de jamón o hueso de jamón; 1 chorizo; un trozo de panceta (150 g hemos puesto); 2 huevos; 2 patatas; 2 puerros; 2 zanahorias; ½ col; 2 dientes de ajo; un poco de perejil; pan asentado; aceite de oliva, y sal.  

   - Preparación: Ponemos los garbanzos en un recipiente con agua desde la noche anterior a la elaboración del cocido y añadimos un puñado de sal. A la mañana siguiente, colocamos en un recipiente agua a hervir (mejor si es mineral) y cuando está hirviendo agregamos los garbanzos junto con la ternera, el jamón y la panceta, reducimos el fuego a medias y espumamos. Cuando lleve una hora y cuarto hirviendo, añadimos el pollo, el chorizo, los puerros pelados y cortados, las patatas peladas enteras y las zanahorias peladas y partidas en rodajas, dejando el mismo fuego y eliminando, de vez en cuando, la espuma. Pasada unas dos horas más, si los garbanzos están a su gusto, retiramos el caldo y, aparte, en una sartén con aceite de oliva, freímos la “bolas” que habremos hecho con el pan muy desmigado mezclado con los dientes de ajo muy partiditos, los dos huevos, un trozo de chorizo y panceta y un poco de perejil picado (las fabricaremos moldeándolas con las manos). Para servir, calentamos el caldo al que podemos añadir fideos, trozos de corteza de pan o, simplemente, las bolas que dejamos hervir unos minutos con el caldo y comerán en el orden que deseen: la sopa, primero, después los garbanzos con las verduras y, finalmente, la carne…, o invierten el orden a su gusto.
-      Sugerencias: Las verduras podríamos cocerlas aparte y luego refreírlas en un poco de aceite y pimentón, añadiéndolas cuando vayamos a servir los garbanzos con la carne. Finalmente, si disponemos de poco tiempo, podríamos recurrir a la siempre eficiente olla exprés.
-        Nota: Este plato, contundente y exquisito, tan del gusto de cántabros y otras gentes del Norte y de la Submeseta Norte con otras denominaciones, lo hemos probado en nuestra reciente experiencia peregrina en el Camino Lebaniego, siéndonos también de mucha utilidad los consejos de nuestra amiga Toñi Rivero Olmedo.
      Algunas curiosidades sobre el garbanzo:

Garbanzo (Cicer arietinum). Planta herbácea de la familia de las Papilionáceas, de cuatro o cinco decímetros de altura, tallo duro y ramoso, hojas compuestas de hojuelas elípticas y aserradas por el margen, flores blancas, axilares y pedunculadas, y fruto en vaina inflada, pelosa, con una o dos semillas amarillentas, de un centímetro aproximadamente de diámetro, gibosas y con un ápice encorvado. El origen del cultivo del garbanzo es discutido. Podría situarse con cierta seguridad en el Medikterráneo Oriental: Grecia, Turquía o Siria desde donde se expandió por todas la regiones ribereñas del Mediterráneo con relativa rapidez. Pasó posteriormente a Persia, al Asia Central y también al subcontinente Indio.
            El garbanzo es una legumbre con importantes cualidades culinarias y nutritivas. Los garbanzos pueden comerse cocidos, tostados, fritos e incluso en forma de harina (harina de garbanzo). Pero no debe de olvidarse tampoco que esta legumbre ha sido consumida en algunas zonas también como infusión, en una especie de café, una vez que los garbanzos han sido tostados y molidos. La carne del pobre, como también se conoce al garbanzo, es de una riqueza considerable en lo que a aportes nutritivos se refiere. Es rico en proteínas, en almidón y en lípidos (más que las otras legumbres), sobre todo de ácido oleico y linoleico, que son insaturados y carentes de colesterol. Del mismo modo, el garbanzo es un buen aporte de fibra y calorías.


sábado, 18 de agosto de 2018

Disfrutando de los sentidos en el Camino Lebaniego


Disfrutando de los sentidos en el Camino Lebaniego. Nuevamente en el camino: camino de vida, de espíritu, de amistad, de experiencias, de… Muy temprano, los mismos que en 2016 afrontamos el Camino de Santiago: María Jesús, Toñi, Maricarmen, Sebastián y Víctor M., hacíamos lo propio, ahora en
dirección a Cantabria, con el fin de realizar el camino desde San Vicente de la Barquera hasta Santo Toribio de Liébana con la intención de salvar los 72 km del recorrido creyendo que, dividido el trayecto en cinco etapas, resultaría una empresa más fácil que la jacobea; no contábamos con el perfil montañoso, la vegetación y la climatología; tampoco con los bellos parajes que nos disponíamos a hollar y disfrutar. Ni que decir tiene que preparar la citada aventura requería de una serie de preparativos y reuniones previas que aprovechábamos para, en torno a una mesa en la que servimos calamaritos con langostinos y salsa de cebolla, conejo en salsa y un pastel de limón, en la primera ocasión, y una excelente sardinada, picadillo y chuletón de Ávila, más una pizza de frutas como remate en la segunda sesión, en ambas situaciones trasegando cerveza fresca y buenos vinos para mejor acompañar tan excelentes viandas, programar la citada peregrinación. En dichas reuniones llevábamos a cabo una puesta en común sobre las fechas más adecuadas, jornadas a realizar, material que debíamos llevar, paradas previas y posteriores a la peregrinación propiamente dicha. Lo primero fue disponer qué días utilizaríamos para nuestro reto, decidiéndose, tras posponer un día la salida, que lo haríamos entre el 5 y el 14 de agosto; lo segundo fue decidir el medio de transporte, concluyéndose que dos autos sería lo más cómodo para nuestra empresa y, en tercer lugar, y no menos importante, establecer los lugares donde descansaríamos y pernoctaríamos.

Domingo, 5 de agosto. Muy temprano, desde las playas onubenses de El Portil y Punta Umbría, en un auto, Sebastián, María Jesús y Toñi tomaron la autopista A-49 en dirección a Hinojos donde Maricarmen y Víctor M. esperábamos con el otro coche, saliendo hacia las 08:00 h con dirección a Palencia, nuestra primera parada en dirección hacia San Vicente de la Barquera. Por la Vía de la Plata, con parada en las afueras de Almendralejo para desayunar, discurrimos plácidamente en dirección a Palencia, parando cuarenta km antes de llegar a la capital de la Tierra del Pan para comer algo. Una vez en Palencia, nos alojamos en el Eurostars Diane Palace, con breve descanso antes de salir en dirección a la Bella Desconocida, la catedral palentina de San Antolín. En ella, nuestra amiga María Jesús Arija, palentina ella, nos sirvió de eficiente cicerone en nuestro paseo por las naves catedralicias y su claustro, llamándonos la atención sobre una reja multisecular, el coro, algunas de las magníficas capillas de tan maravilloso templo o sobre una de las gárgolas de aficiones fotográficas que
decora el exterior del templo; con posterioridad nos llevó hasta la iglesia de San Miguel, haciéndose eco de la tradición que sitúa en ella los esponsales de Rodrigo Díaz, Mío Cid, y Jimena; seguidamente nos acercó hasta la umbrosa ribera del río Carrión mientras nos contaba sus aventuras infantiles sobre el río helado de ella, sus hermanos y algunos compañeros de instituto; a continuación, tras cursar una rápida visita a la Iglesia de la Compañía donde se venera a la patrona, la Virgen de la Calle, llegamos a la Calle Mayor y a la hermosa Plaza Mayor dominada por la escultura de Alonso de Berruguete. Algo de reposo en ella y un refrigerio amparados bajo una sombrilla antes de dirigirnos a cenar a Casa Lucio: acertada y grata elección. Ensalada de queso, torreznos, fideos tostados con foie,  solomillo de ternera, chuletillas de lechal y un tinto de Toro pusieron fin a nuestra primera jornada viajera; un paseo nos ayudó a aligerar la cena antes de retirarnos a nuestro hotel para descansar.
Lunes, 6 de agosto. Poco después de las ocho de la mañana desayunábamos en un bar junto al hotel, recogimos el equipaje y en nuestros coches tomamos dirección a Frómista. La bella iglesia de San Martín de Tours, en pleno Camino de Santiago, nos esperaba. A todos nos encantó su pureza de líneas, sus torres cilíndricas, su esbelto  cimborrio y la delicada decoración jaqueada, así como la geometría de sus ábsides. En su interior llamó nuestra atención el Crucificado medieval y los capitales historiados de las columnas adosadas a los pilares. Tras nuestra fructífera visita, muy cerca, fuimos a ver algunas de las iglesias rupestres de la zona (San Pelayo) y aprovechamos para alargarnos hasta la capital de las galletas, Aguilar de Campoo, sede de la Exposición de Arte Sacro de Las Edades del
Hombre (Mons Dei). Bellísima localidad en la que destacan la iglesia de Santa Cecilia y la Colegiata de San Miguel, sedes de dicha exposición. En la misma plaza del pueblo, junto a la citada Colegiata, unas ensaladas y unos bocadillos, acompañados de agua y cervezas, nos ayudaron a mitigar el hambre hasta completar el camino en dirección a nuestra próxima parada: Ubiarco, Santillana del Mar, en la Posada Mediavia. Imaginamos que acogedora en invierno, pero en verano, una en una noche de bochorno, y en habitaciones en la planta baja con dificultad para abrir las ventanas, ya no resultaba tan confortable. Por la tarde salimos en dirección a Santillana del Mar, bellísima población con hermosas casas blasonadas, magníficos paradores, museos y una Colegiata (Santa Juliana) y un claustro dignos de especial mención. Pasear por sus calles empedradas en el crepúsculo
resultó un placer. Y la cena en el patio de Casa Miguel, un hallazgo. Entre los platos que degustamos, destacar ensalada de tomate con ventresca, melón con jamón, bacalao al pilpil sobre base de pisto, lomos de lubina a la plancha y un cachopo relleno de jamón y queso. Todo exquisito. ¡Ea…!, a la posada Mediavia a pasar una noche toledana (por lo del calor).
Martes, 7 de agosto. 1ª Etapa: San Vicente de la Barquera/Muñorrodero (13 km). ¡A madrugar! Y en un coqueto comedor de la Pensión Mediavia nos sirvieron un apetitoso y reparador desayuno ya que… COMENZÁBAMOS A PEREGRINAR. En los
dos autos salimos en dirección a San Vicente de la Barquera, donde dejamos a nuestras tres compañeras de aventura que, desde la iglesia de Ntra. Sra. de los Ángeles, iniciaron el camino mientras nosotros, con los dos coches, fuimos hasta Muñorrodero donde dejamos uno de ellos y volvimos con el otro hasta San Vicente de la Barquera. Desde la misma hermosa iglesia iniciamos el camino admirando la belleza del municipio y su amplia ría, la elegancia del Puente Maza, de los ss. XV y XVI, con sus veintiocho ojos y, alternando carretera y camino, nos metimos de lleno en un recorrido en el que se daban la mano dos rutas de peregrinaje: la jacobea y la lebaniega. Por el camino, además de los agradables paisanos, nos saludaban hermosos paisajes y esbeltas torres defensivas, como la Torre Estrada, de origen medieval, mientras, poco a poco, llegábamos al fin de nuestra primera etapa que alcanzamos cuando las chicas del grupo ya estaban entrando en la población. Tras algunos simpáticos y cómicos ejercicios de estiramiento y relajación, mientras ellas se acomodaban en la puerta de una bar-restaurante, nosotros fuimos en el coche a recoger el otro que dejamos en San Vicente, volvimos y nos dispusimos a comer en el citado bar: ensalada, manitas de cerdo, guisantes con jamón, estofado de patatas y ternera y huevos fritos con patatas y jamón. Un café fue el postre apetecido tras sentirnos saciados después de un esfuerzo engañoso, pues creíamos que, a pesar de conocer los perfiles, la dificultad de este camino no iba a ser mucha, similar a la de los últimos 120 km del de Santiago. ¡Craso error como ya contaremos!
Tras el almuerzo, que terminó relativamente tarde (pasadas las 16:00 h), tomamos en nuestros autos dirección a Cicera, nuestra base de operaciones durante el camino. En El Molino de Cicera, agradable
casa rural, nos acomodamos para una estancia de cinco días y, tras preguntar a la señora que regentaba la misma, Asunción, y siguiendo sus consejos, nos acercamos hasta Quintanilla para comprar vituallas con el fin de hacer algunas cenas en casa ya que en las poblaciones limítrofes, y en la propia Cicera, tampoco es que hubiera mucha oferta, aunque más adelante descubrimos que sí que había posibilidades, y muy apetecibles como ya veremos. Huevos, verduras, fiambres, leche, café, sopas de sobre, pan, yogures… En una tarde que amenazaba lluvia, preparamos la cena a base de ensalada, sopa, jamón cocido y queso, y mirábamos las predicciones meteorológicas en Internet, que en muchas ocasiones daban porcentajes elevados de lluvia que, durante todo el camino, no se cumplirían afortunadamente, aunque en alguna ocasión, un poco de lluvia hubiese sido de agradecer. Un rato de charla, puesta en común y decisión de la hora de partida al día siguiente nos empujó a todos a la cama.
Miércoles, 8 de agosto. 2ª Etapa: Muñorrodero/Cades (15.2 km). Tras un desayuno fuerte (tostadas, mantequilla, jamón, café, zumo…), partimos en los dos coches hasta Cades, donde dejamos uno de los autos, y con el otro fuimos los cinco hasta Muñorrodero para iniciar la etapa desde allí. Poco después de las 09:00 h estábamos caminando por un trayecto verdaderamente hermoso que era la ruta fluvial del río Nansa. Espectacular por su belleza y por la riqueza faunística y de flora de la zona: truchas, salmones, patos y hasta nutrias que nosotros, desgraciadamente, no vimos. Una vegetación fresca y exuberante, verdaderos bosques-galería, nos acogía, entretenía y hasta hubo tiempo de impresionarnos con la cueva de los murciélagos. Pero tanta belleza, que no cansa, sí entretiene, y no nos avisa de la dureza que está por llegar. Las 2/5 partes del recorrido que estaban por salvar nos reservaba
una sorpresa algo más dura. Además de tener que salvar un desnivel pronunciado, llegar hasta una presa hidroeléctrica y volver a superar otro desnivel respetable, llegamos hasta la carretera y en ella enfrentarnos con desniveles al final del camino que también resultaron exigentes. Una bella y desvencijada iglesita románica y otra torre vigía, la de Cabanzón, vigilante desde el Medievo, nos saludaron en nuestro camino. En Cades sí que nos sentimos realmente cansados, situación que por nuestra experiencia siempre suele notarse en la segunda etapa y, en este caso, también, debido a la dureza de la misma. Sebastián se había adelantado e investigado dónde podríamos comer, resultando la cercana población de Celis el lugar elegido. En el auto que habíamos dejado en Cades volvimos hasta Muñorrodero para recoger el otro y, con ambos, acercarnos hasta Celis y en ella al restaurante La Portilla, otra buena elección.
Tras una corta espera, que aliviamos con unas cervezas heladas, y aprovechamos para ir al aseo, nos acomodamos en una mesa para los cinco junto a una ventana del restaurante, ya muy tranquilo pues era tarde. Ensalada templada, croquetas –exquisitas–, mollejas rebozadas, cocido montañés, solomillo de ternera, cerveza y tinto calmaron nuestro apetito, endulzándonos el paladar el arroz con leche y el flan de orujo. Tras el almuerzo, retornamos a Cicera, descansamos un ratito y salimos en dirección a San Vicente de la Barquera para avituallarnos en un supermercado de dicha población: frutas, verduras, diversos tipos de quesos y conservas de anchoas fueron objeto de nuestro interés. Llovía, razón por cual desistimos de la idea de tomar algo en la población; realmente fue el único día, por la tarde, en que llovió con cierta intensidad. Aprovechamos para sacar dinero de un cajero y volvimos a Cicera. Cenamos en casa: sopa, ensalada, queso fresco y de oveja y algo de fiambre… y a la cama tras decidir el horario del día siguiente.          
Jueves, 9 de agosto. 3ª Etapa: Cades/Cicera (15 km). A las 06:55 h suena el despertador y después de ducharnos preparamos el desayuno. Antes de las 09:00 h nuestro coche nos había llevado hasta Cades, desde donde partimos en nuestra tercera etapa. Prometedora e ilusionante al principio, con suaves cuestas y piso firme (carretera), se convirtió en un pesado intermedio a partir de Lafuente (donde se puede disfrutar de la preciosa iglesia románica de Santa Juliana con una curiosa inscripción de José A. Primo de Rivera). A partir de esta población abandonamos la carretera y tuvimos que salvar desniveles muy exigentes para retornar nuevamente a la carretera a poco más de 3 km antes de llegar a Cicera pero…, nuestra flecha y cruz rojas, que señalan la dirección del Camino Lebaniégo, nos llevaron por un antiguo camino medieval, al principio entre vacas, pero con un piso endiablado, peligroso podría catalogarse por el riesgo posible de una torcedura; fueron algo más de 45 minutos tortuosos que, finalmente, nos llevaron a Cicera. Fin de etapa.
Para comer, tuvimos el acierto de investigar si podríamos hacerlo en la Taberna de Cicera (Sebastián lo hizo) y sí, pudimos comer y, otra vez, fue una decisión atinada. Ensalada, garbanzos con langostinos, costillas, filete de ternera a la plancha y arroz con leche y natillas con galletas nos ayudaron a olvidar la dureza de nuestra última etapa. Las dueñas del lugar, dos eficientes chicas, nos atendieron estupendamente.
Por la tarde fuimos a Potes, bellísima población, dominada por la Torre del Infantado, y con muchas casas blasonadas, dedicándonos a comprar: garbanzos para hacer el cocido lebaniego a nuestro regreso, anchoas, suvenires (dedales, tazas, imanes, etc.). Seguidamente, en nuestros autos, fuimos a Cabañes, donde dejamos uno de los coches, y volvimos a Cicera. Una cena ligera en casa, nuestra puesta en común y decisiones sobre el horario para el día siguiente pusieron fin a nuestra jornada.   
Viernes, 10 de agosto. 4ª Etapa: Cicera/Cabañes (12 km, aunque creemos que fueron más, además de salvar un fuerte desnivel). Otra vez, antes de las 07:00 h, sonó el despertador. Desayunamos copiosamente e iniciamos el camino, remontando la ribera del río Cicera, afluente del Deva, que durante un buen rato nos arrulló mientras ascendíamos por unos hermosos parajes que nos resultaban menos duros por estar realizándolos en los inicios de la etapa. En ocasiones tuvimos que salvar algunos arriesgados pasos que excitaban nuestro espíritu solidario. Una cohorte de chopos, álamos, olmos y castaños, junto a hayedos, robledales y carrascales daban cobijo a un potente sotobosque en el que dominaban los helechos y plantas olorosas, creando un ambiente umbroso que aligeraba las dificultades del ascenso. Una vez superado el desnivel, la presencia de vacas, y sus defecaciones, nos ponían sobre aviso ante el riesgo de pisar semejantes “regalos”. Fotos, breves descansos, e iniciamos el descenso. Nos resultó bastante más duro que el ascenso al tratarse de una zona menos húmeda, más despoblada de vegetación y con un piso más pedregoso y, por ello, exigente y peligroso. La visión en la lejanía de Lebeña nos angustiaba y, por fin, llegamos a dicha población pero…, quedaba lo peor: pasada la población, cruzamos el río Deva y, desde Allende, iniciamos un ascenso que nunca se nos olvidará y que venía marcado en nuestros apuntes para ser realizado en algo más de dos horas. A pesar de su extrema dureza, en menos de hora y media alcanzamos el albergue de Cabañes sin dar crédito a ello, pues la subida resultó angustiosa en algunos momentos. Unas bebidas isotónicas nos llevaron en poco más de cinco minutos hasta el pueblo, meta de nuestra cuarta etapa.
En el coche que habíamos dejado el día anterior en Cabañes, tomamos dirección a Potes, almorzando en el restaurante Don Pelayo que, tras la siempre presente ensalada, nos ofreció unas alubias blancas con setas –exquisitas–, merluza de pincho a la plancha… Visitamos la iglesia de San Vicente, donde se hallaban estandartes de la patrona, la Virgen de Valmayor, y donde oímos a una señora que tocaba el órgano extraordinariamente. Compras y retorno a Cicera. Breve descanso y cena en la Taberna de Cicera: ensalada de queso de cabra, miel y mostaza, croquetas de jamón y queso y una tabla de cecina, queso y jamón. Exhaustos, paseando volvimos hasta nuestra vivienda rural, miramos al cielo, consultamos, como cada día, la previsión meteorológica que nos dijo lo que sí pasaría al día siguiente: día caluroso; de las pocas veces que acertaban. Y a dormir que nos esperaba la última etapa.     
Sábado, 11 de agosto. 5ª Etapa: Cabañes/Santo Toribio de Liébana (13.7 km). El despertador sonó poco antes de las 07:00 h, ducha y desayuno completo: café, zumo, pan, mantequilla, fiambres, sobao pasiego, quesada… ¡En marcha! Nuestros dos autos tomaron dirección hasta el monasterio de Santo Toribio de Liébana, donde dejamos un coche y con el otro volvimos hasta Cabañes, punto de partida de nuestra última etapa. Descendimos por un camino incómodo aunque no difícil que corría cerca de la carretera y que nos
exponía constantemente a un sol cada vez más inclemente. Los km centrales, prácticamente por la carretera, no fueron especialmente duros pero, una vez atravesamos Potes, los últimos tres km sí se nos hicieron bastante duros. En esos momentos se pone a prueba nuestras ansias de superación y se excitan nuestros sentimientos solidarios con la intención de que todos, los cinco, podamos coronar el reto. Especialmente bien llegaban los consejos de Sebastián para modular el esfuerzo y conseguir que, al fin, todos hayamos logrado lo que nos proponíamos.
Ya en el monasterio, con gemelos, sóleos, isquiotibiales, tendones (el de Aquiles incluido) y toda la parafernalia muscular y ósea que pensar se pueda dolorida (Sebastián dixit) nos sorprende que todo esté cerrado hasta las 16:00 h, decidiendo en ese momento volver a Potes para almorzar y regresar cuando hubiesen abierto. En Potes, tras muchos intentos fallidos para reservar, finalmente conseguimos sitio en la Bodega Aguilar, junto al río Quiviesa. Una ensalada templada de gulas y gambas, para comenzar, y después cocido lebaniego, tacos de merluza con salsa alioli, lomo adobado de la casa con queso y steak de ternera con pimientos y patatas. Arroz con leche, cuajada y flan de orujo pusieron el cierre a tan suculento almuerzo.
Poco después de las 16:30 h estábamos de vuelta en el monasterio, visitamos su claustro, el hermoso templo y el sagrario o capilla del “Lignum Crucis”, donde, según la tradición, se guarda el trozo más grande del madero que sirvió para crucificar a Jesús y que, según estudios de radio carbono 14, se trata de un pedazo de madera de ciprés datada aproximadamente hace unos 2000 años. El mismo fue traído hasta allí por Santo Toribio. Es un momento íntimo, de espiritualidad, religiosidad, incluso de enfrentarse a uno mismo y a sus retos y sus miedos, y es un momento de amistad. Quizá no sintiéramos lo mismo que el día que llegamos a las puertas de Santiago, pero a fe sí que podríamos decir que lo dicho más arriba sí que lo experimentamos. En ese momento damos por bueno todo lo pasado, gozo y sufrimiento, acuerdos y desencuentros, pueriles discusiones y afectos que se entrecruzan en unas relaciones queridas y… ¿por qué no?, podemos citarnos para un nuevo reto. Ya se hablará.
Después de recoger nuestras credenciales, aunque lo que acredita nuestro esfuerzo está grabado en nuestros corazones, y fotografiarnos ante la Puerta del Perdón, tomamos dirección a Potes y seguimos hasta Cabañes para recoger el otro coche y volver a nuestro “hogar” de Cicera. Teníamos intención de volver a cenar en la Taberna de Cicera, pero ya no había sitio, recomendándonos un bar en Linares, el Garaje. Y otra vez hubo suerte: queso blanco con anchoas, ensalada, bonito a la plancha con fritada de cebolla y pimiento, gambas al ajillo y filete de ternera. Arroz con leche, el rey de nuestros postres en Cantabria, aunque no el único, fue el broche a nuestra cena en esta pequeña población. Volvimos a Cicera y a la Taberna de Cicera con la idea de tomar una copa: dos gin tónic, wun isky con cola y una manzanilla al fresco de la noche pusieron el colofón a nuestra última noche en la citada población.
Domingo, 12 de agosto. No tan temprano como en días anteriores, nos levantamos y arreglamos nuestras maletas, ducha y desayuno, ya más relajados que en días anteriores. Tras pagar a la señora, abandonamos Cicera con dirección a Fuente Dé. Allí subimos por el funicular hasta los Picos de Europa, una experiencia interesante con vistas increíbles, almorzando en el restaurante Los Molinos, cerca de Camaleño, donde teníamos reserva en el Caserío. La verdad que el almuerzo también fue bastante bueno: borono (morcilla frita), ensalada de ventresca, chuletón de ternera, lechazo al horno con patatas fritas y pimientos… No faltó el arroz con leche y el suflé de natillas. Tras el almuerzo fuimos hasta El Caserío, nos aseamos, descansamos un poco y volvimos a la carretera para hacer un corto recorrido hasta Mogrovejo, ejemplo de municipio cántabro en 2017. Un
hallazgo: sus casas, el paisaje, el torreón enhiesto de su antiguo castillo, su coqueta y hermosa iglesia -Ntra. Sra. de la Asunción- con un retablo de influencia churrigueresca y un colorido y acabado naif, su pequeño cementerio y su escuela-museo; una tarde para recordar. Incluso nos sentimos escolares y a más de uno se nos puso un nudo en la garganta al ver los cuadernos de caligrafía, la enciclopedia Álvarez, pizarras y pizarrines y bancas con dispositivo para el tintero. Nuestras vidas pasaron ante nuestros ojos en unos instantes; al menos una parte importante de las mismas: la de nuestra formación.
Volvimos a Camaleño y cenamos en el restaurante de nuestro hostal: ensalada, croquetas, tabla de quesos, cecina, jamón… y, sin postre, a las habitaciones: un partido de fútbol de infausto recuerdo o una película pusieron fin a nuestro penúltimo día de aventura.
Lunes, 13 de agosto. A repetir el ritual: ducha, preparar las maletas y desayuno en el restaurante del hostal. Salimos temprano con dirección a Castrillo de Polvazares, en Astorga (León), para lo que tendríamos que salvar parte de la Cordillera Cantábrica y por el puerto de San Glorio, por fin, avistar la Submeseta Noerte. En torno a las 13:00 h llegamos a este bonito pueblo que conserva el sabor de los antiguos pueblos de arrieros, caracterizados por sus amplios portones por los que habrían de entrar los carros que comunicaban la meseta con la montaña y Galicia. Tras refrescarnos en el patio de un restaurante (La Magdalena), cervezas y cecina nos ayudaron a realizar la penúltima de nuestras etapas hasta llegar a Tordesillas donde habíamos reservado en su esplendido Parador. Toñi,
mientras viajábamos hacia la ciudad del Duero, reservó el almuerzo en el mismo Parador. Y otra vez la elección fue perfecta.
Tras registrarnos, fuimos directamente al restaurante y tuvimos que esperar hasta conseguir mesa. Por fin: una excelente parrillada de verduras, salmorejo, tostas con sardinas ahumadas, carpaccio de ternera con rúcula, merluza a la plancha sobre base de puré de patatas y setas, bacalao a la plancha sobre base de puré de patatas y verduras, filete de ternera con patatas; en cuanto a los postres, arroz con leche, sorbete de limón, compota de manzana,
natillas… Todo exquisito. Un rato a nuestras habitaciones y salimos para visitar la ilustre ciudad del Tratado de su nombre (1494).
Pasado el monumento al célebre Toro de la Vega, aparcamos el coche junto al centro histórico y nos acercamos paseando hasta Santa María, la Plaza Mayor y las Casas de del Tratado de Tordesillas y el exterior del Museo de San Antolín. Regresamos a la Plaza Mayor donde plácidamente tomamos unas cervezas y refrescos de cola. Cuando anochecía, cogimos nuestros autos y retornamos al Parador y reservamos para cenar. Más ligero que al mediodía: consomés,
tortillas de jamón, salmorejo, etc., más sorbetes, compota y helado nos permitieron retirarnos suficientemente saciados a nuestras habitaciones.
Martes, 14 de agosto. La noche anterior habíamos decidido que desayunaríamos fuerte para evitar tener que almorzar por el camino, librándonos del característico sopor que tan nefasto resulta para la conducción. Y así lo hicimos, pero no desayunamos fuerte, lo hicimos fortísimo: huevos fritos, bacón, charcutería, tostadas, zumo, café, bollería, fruta… Y el camino no resultó pesado, parando para tomar café y un refresco de cola otra vez en Almendralejo. Poco después de las 16:00 h en Hinojos y en torno a las 17:00 h en Punta Umbría y El Portil. Y todos en casa, y dispuestos a...         
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...