
dirección a Cantabria, con el fin de realizar el camino desde
San Vicente de la Barquera hasta Santo Toribio de Liébana con la intención de
salvar los 72 km del recorrido creyendo que, dividido el trayecto en cinco
etapas, resultaría una empresa más fácil que la jacobea; no contábamos con el
perfil montañoso, la vegetación y la climatología; tampoco con los bellos
parajes que nos disponíamos a hollar y disfrutar. Ni que decir tiene que
preparar la citada aventura requería de una serie de preparativos y reuniones
previas que aprovechábamos para, en torno a una mesa en la que servimos
calamaritos con langostinos y salsa de cebolla, conejo en salsa y un pastel de
limón, en la primera ocasión, y una excelente sardinada, picadillo y chuletón
de Ávila, más una pizza de frutas como remate en la segunda sesión, en ambas
situaciones trasegando cerveza fresca y buenos vinos para mejor acompañar tan
excelentes viandas, programar la citada peregrinación. En dichas reuniones
llevábamos a cabo una puesta en común sobre las fechas más adecuadas, jornadas
a realizar, material que debíamos llevar, paradas previas y posteriores a la
peregrinación propiamente dicha. Lo primero fue disponer qué días utilizaríamos
para nuestro reto, decidiéndose, tras posponer un día la salida, que lo
haríamos entre el 5 y el 14 de agosto; lo segundo fue decidir el medio de
transporte, concluyéndose que dos autos sería lo más cómodo para nuestra
empresa y, en tercer lugar, y no menos importante, establecer los lugares donde
descansaríamos y pernoctaríamos.

decora el exterior del templo; con posterioridad
nos llevó hasta la iglesia de San Miguel, haciéndose eco de la tradición que
sitúa en ella los esponsales de Rodrigo Díaz, Mío Cid, y Jimena; seguidamente
nos acercó hasta la umbrosa ribera del río Carrión mientras nos contaba sus
aventuras infantiles sobre el río helado de ella, sus hermanos y algunos compañeros
de instituto; a continuación, tras cursar una rápida visita a la Iglesia de la
Compañía donde se venera a la patrona, la Virgen de la Calle, llegamos a la
Calle Mayor y a la hermosa Plaza Mayor dominada por la escultura de Alonso de
Berruguete. Algo de reposo en ella y un refrigerio amparados bajo una sombrilla
antes de dirigirnos a cenar a Casa Lucio: acertada y grata elección. Ensalada
de queso, torreznos, fideos tostados con foie, solomillo de ternera, chuletillas de lechal y
un tinto de Toro pusieron fin a nuestra primera jornada viajera; un paseo nos
ayudó a aligerar la cena antes de retirarnos a nuestro hotel para descansar.


Hombre (Mons Dei). Bellísima localidad en la que
destacan la iglesia de Santa Cecilia y la Colegiata de San Miguel, sedes de
dicha exposición. En la misma plaza del pueblo, junto a la citada Colegiata, unas
ensaladas y unos bocadillos, acompañados de agua y cervezas, nos ayudaron a
mitigar el hambre hasta completar el camino en dirección a nuestra próxima
parada: Ubiarco, Santillana del Mar, en la Posada Mediavia. Imaginamos que
acogedora en invierno, pero en verano, una en una noche de bochorno, y en
habitaciones en la planta baja con dificultad para abrir las ventanas, ya no
resultaba tan confortable. Por la tarde salimos en dirección a Santillana del
Mar, bellísima población con hermosas casas blasonadas, magníficos paradores,
museos y una Colegiata (Santa Juliana) y un claustro dignos de especial mención. Pasear por sus
calles empedradas en el crepúsculo
Martes, 7 de agosto. 1ª Etapa: San Vicente de la Barquera/Muñorrodero
(13 km). ¡A madrugar! Y en un coqueto comedor de la Pensión Mediavia nos
sirvieron un apetitoso y reparador desayuno ya que… COMENZÁBAMOS A PEREGRINAR.
En los
dos autos salimos en dirección a San Vicente de la Barquera, donde dejamos a nuestras tres compañeras de aventura que, desde la iglesia de Ntra. Sra. de los Ángeles, iniciaron el camino mientras nosotros, con los dos coches, fuimos hasta Muñorrodero donde dejamos uno de ellos y volvimos con el otro hasta San Vicente de la Barquera. Desde la misma hermosa iglesia iniciamos el camino admirando la belleza del municipio y su amplia ría, la elegancia del Puente Maza, de los ss. XV y XVI, con sus veintiocho ojos y, alternando carretera y camino, nos metimos de lleno en un recorrido en el que se daban la mano dos rutas de peregrinaje: la jacobea y la lebaniega. Por el camino, además de los agradables paisanos, nos saludaban hermosos paisajes y esbeltas torres defensivas, como la Torre Estrada, de origen medieval, mientras, poco a poco, llegábamos al fin de nuestra primera etapa que alcanzamos cuando las chicas del grupo ya estaban entrando en la población. Tras algunos simpáticos y cómicos ejercicios de estiramiento y relajación, mientras ellas se acomodaban en la puerta de una bar-restaurante, nosotros fuimos en el coche a recoger el otro que dejamos en San Vicente, volvimos y nos dispusimos a comer en el citado bar: ensalada, manitas de cerdo, guisantes con jamón, estofado de patatas y ternera y huevos fritos con patatas y jamón. Un café fue el postre apetecido tras sentirnos saciados después de un esfuerzo engañoso, pues creíamos que, a pesar de conocer los perfiles, la dificultad de este camino no iba a ser mucha, similar a la de los últimos 120 km del de Santiago. ¡Craso error como ya contaremos!
dos autos salimos en dirección a San Vicente de la Barquera, donde dejamos a nuestras tres compañeras de aventura que, desde la iglesia de Ntra. Sra. de los Ángeles, iniciaron el camino mientras nosotros, con los dos coches, fuimos hasta Muñorrodero donde dejamos uno de ellos y volvimos con el otro hasta San Vicente de la Barquera. Desde la misma hermosa iglesia iniciamos el camino admirando la belleza del municipio y su amplia ría, la elegancia del Puente Maza, de los ss. XV y XVI, con sus veintiocho ojos y, alternando carretera y camino, nos metimos de lleno en un recorrido en el que se daban la mano dos rutas de peregrinaje: la jacobea y la lebaniega. Por el camino, además de los agradables paisanos, nos saludaban hermosos paisajes y esbeltas torres defensivas, como la Torre Estrada, de origen medieval, mientras, poco a poco, llegábamos al fin de nuestra primera etapa que alcanzamos cuando las chicas del grupo ya estaban entrando en la población. Tras algunos simpáticos y cómicos ejercicios de estiramiento y relajación, mientras ellas se acomodaban en la puerta de una bar-restaurante, nosotros fuimos en el coche a recoger el otro que dejamos en San Vicente, volvimos y nos dispusimos a comer en el citado bar: ensalada, manitas de cerdo, guisantes con jamón, estofado de patatas y ternera y huevos fritos con patatas y jamón. Un café fue el postre apetecido tras sentirnos saciados después de un esfuerzo engañoso, pues creíamos que, a pesar de conocer los perfiles, la dificultad de este camino no iba a ser mucha, similar a la de los últimos 120 km del de Santiago. ¡Craso error como ya contaremos!
Tras
el almuerzo, que terminó relativamente tarde (pasadas las 16:00 h), tomamos en
nuestros autos dirección a Cicera, nuestra base de operaciones durante el
camino. En El Molino de Cicera, agradable
casa rural, nos acomodamos para una estancia de cinco días y, tras preguntar a la señora que regentaba la misma, Asunción, y siguiendo sus consejos, nos acercamos hasta Quintanilla para comprar vituallas con el fin de hacer algunas cenas en casa ya que en las poblaciones limítrofes, y en la propia Cicera, tampoco es que hubiera mucha oferta, aunque más adelante descubrimos que sí que había posibilidades, y muy apetecibles como ya veremos. Huevos, verduras, fiambres, leche, café, sopas de sobre, pan, yogures… En una tarde que amenazaba lluvia, preparamos la cena a base de ensalada, sopa, jamón cocido y queso, y mirábamos las predicciones meteorológicas en Internet, que en muchas ocasiones daban porcentajes elevados de lluvia que, durante todo el camino, no se cumplirían afortunadamente, aunque en alguna ocasión, un poco de lluvia hubiese sido de agradecer. Un rato de charla, puesta en común y decisión de la hora de partida al día siguiente nos empujó a todos a la cama.
casa rural, nos acomodamos para una estancia de cinco días y, tras preguntar a la señora que regentaba la misma, Asunción, y siguiendo sus consejos, nos acercamos hasta Quintanilla para comprar vituallas con el fin de hacer algunas cenas en casa ya que en las poblaciones limítrofes, y en la propia Cicera, tampoco es que hubiera mucha oferta, aunque más adelante descubrimos que sí que había posibilidades, y muy apetecibles como ya veremos. Huevos, verduras, fiambres, leche, café, sopas de sobre, pan, yogures… En una tarde que amenazaba lluvia, preparamos la cena a base de ensalada, sopa, jamón cocido y queso, y mirábamos las predicciones meteorológicas en Internet, que en muchas ocasiones daban porcentajes elevados de lluvia que, durante todo el camino, no se cumplirían afortunadamente, aunque en alguna ocasión, un poco de lluvia hubiese sido de agradecer. Un rato de charla, puesta en común y decisión de la hora de partida al día siguiente nos empujó a todos a la cama.
Miércoles, 8 de agosto. 2ª
Etapa: Muñorrodero/Cades (15.2 km). Tras un desayuno fuerte (tostadas,
mantequilla, jamón, café, zumo…), partimos en los dos coches hasta Cades, donde
dejamos uno de los autos, y con el otro fuimos los cinco hasta Muñorrodero para
iniciar la etapa desde allí. Poco después de las 09:00 h estábamos caminando
por un trayecto verdaderamente hermoso que era la ruta fluvial del río
Nansa. Espectacular por su belleza y por la riqueza faunística y de flora de la
zona: truchas, salmones, patos y hasta nutrias que nosotros, desgraciadamente,
no vimos. Una vegetación fresca y exuberante, verdaderos bosques-galería, nos
acogía, entretenía y hasta hubo tiempo de impresionarnos con la cueva de los
murciélagos. Pero tanta belleza, que no cansa, sí entretiene, y no nos avisa de
la dureza que está por llegar. Las 2/5 partes del recorrido que estaban por salvar
nos reservaba
una sorpresa algo más dura. Además de tener que salvar un desnivel pronunciado, llegar hasta una presa hidroeléctrica y volver a superar otro desnivel respetable, llegamos hasta la carretera y en ella enfrentarnos con desniveles al final del camino que también resultaron exigentes. Una bella y desvencijada iglesita románica y otra torre vigía, la de Cabanzón, vigilante desde el Medievo, nos saludaron en nuestro camino. En Cades sí que nos sentimos realmente cansados, situación que por nuestra experiencia siempre suele notarse en la segunda etapa y, en este caso, también, debido a la dureza de la misma. Sebastián se había adelantado e investigado dónde podríamos comer, resultando la cercana población de Celis el lugar elegido. En el auto que habíamos dejado en Cades volvimos hasta Muñorrodero para recoger el otro y, con ambos, acercarnos hasta Celis y en ella al restaurante La Portilla, otra buena elección.
una sorpresa algo más dura. Además de tener que salvar un desnivel pronunciado, llegar hasta una presa hidroeléctrica y volver a superar otro desnivel respetable, llegamos hasta la carretera y en ella enfrentarnos con desniveles al final del camino que también resultaron exigentes. Una bella y desvencijada iglesita románica y otra torre vigía, la de Cabanzón, vigilante desde el Medievo, nos saludaron en nuestro camino. En Cades sí que nos sentimos realmente cansados, situación que por nuestra experiencia siempre suele notarse en la segunda etapa y, en este caso, también, debido a la dureza de la misma. Sebastián se había adelantado e investigado dónde podríamos comer, resultando la cercana población de Celis el lugar elegido. En el auto que habíamos dejado en Cades volvimos hasta Muñorrodero para recoger el otro y, con ambos, acercarnos hasta Celis y en ella al restaurante La Portilla, otra buena elección.

Para
comer, tuvimos el acierto de investigar si podríamos hacerlo en la Taberna de
Cicera (Sebastián lo hizo) y sí, pudimos comer y, otra vez, fue una decisión
atinada. Ensalada, garbanzos con langostinos, costillas, filete de ternera a la
plancha y arroz con leche y natillas con galletas nos ayudaron a olvidar la dureza
de nuestra última etapa. Las dueñas del lugar, dos eficientes chicas, nos
atendieron estupendamente.
Por
la tarde fuimos a Potes, bellísima población, dominada por la Torre del
Infantado, y con muchas casas blasonadas, dedicándonos a comprar: garbanzos para
hacer el cocido lebaniego a nuestro regreso, anchoas, suvenires (dedales,
tazas, imanes, etc.). Seguidamente, en nuestros autos, fuimos a Cabañes, donde
dejamos uno de los coches, y volvimos a Cicera. Una cena ligera en casa, nuestra
puesta en común y decisiones sobre el horario para el día siguiente pusieron
fin a nuestra jornada.
Viernes, 10 de agosto. 4ª
Etapa: Cicera/Cabañes (12 km, aunque creemos que fueron más, además de salvar
un fuerte desnivel). Otra vez, antes de las 07:00 h, sonó el despertador.
Desayunamos copiosamente e iniciamos el camino, remontando la
ribera del río Cicera, afluente del Deva, que durante un buen rato nos arrulló mientras
ascendíamos por unos hermosos parajes que nos resultaban menos duros por estar
realizándolos en los inicios de la etapa. En ocasiones tuvimos que salvar
algunos arriesgados pasos que excitaban nuestro espíritu solidario. Una cohorte
de chopos, álamos, olmos y castaños, junto a hayedos, robledales y carrascales daban
cobijo a un potente sotobosque en el que dominaban los helechos y plantas
olorosas, creando un ambiente umbroso que aligeraba las dificultades del
ascenso. Una vez superado el desnivel, la presencia de vacas, y sus defecaciones,
nos ponían sobre aviso ante el riesgo de pisar semejantes “regalos”. Fotos,
breves descansos, e iniciamos el descenso. Nos resultó bastante más duro que el
ascenso al tratarse de una zona menos húmeda, más despoblada de vegetación y
con un piso más pedregoso y, por ello, exigente y peligroso. La visión en la
lejanía de Lebeña nos angustiaba y, por fin, llegamos a dicha población pero…,
quedaba lo peor: pasada la población, cruzamos el río Deva y, desde Allende,
iniciamos un ascenso que nunca se nos olvidará y que venía marcado en nuestros
apuntes para ser realizado en algo más de dos horas. A pesar de su extrema
dureza, en menos de hora y media alcanzamos el albergue de Cabañes sin dar
crédito a ello, pues la subida resultó angustiosa en algunos momentos. Unas
bebidas isotónicas nos llevaron en poco más de cinco minutos hasta el pueblo,
meta de nuestra cuarta etapa.
En
el coche que habíamos dejado el día anterior en Cabañes, tomamos dirección a
Potes, almorzando en el restaurante Don Pelayo que, tras la siempre presente
ensalada, nos ofreció unas alubias blancas con setas –exquisitas–, merluza de
pincho a la plancha… Visitamos la iglesia de San Vicente, donde se hallaban
estandartes de la patrona, la Virgen de Valmayor, y donde oímos a una señora
que tocaba el órgano extraordinariamente. Compras y retorno a Cicera. Breve
descanso y cena en la Taberna de Cicera: ensalada de queso de cabra, miel y
mostaza, croquetas de jamón y queso y una tabla de cecina, queso y jamón.
Exhaustos, paseando volvimos hasta nuestra vivienda rural, miramos al cielo,
consultamos, como cada día, la previsión meteorológica que nos dijo lo que sí
pasaría al día siguiente: día caluroso; de las pocas veces que acertaban. Y a
dormir que nos esperaba la última etapa.
Sábado, 11 de agosto. 5ª
Etapa: Cabañes/Santo Toribio de Liébana (13.7 km). El despertador sonó
poco antes de las 07:00 h, ducha y desayuno completo: café, zumo, pan,
mantequilla, fiambres, sobao pasiego, quesada… ¡En marcha! Nuestros dos autos
tomaron dirección hasta el monasterio de Santo Toribio de Liébana, donde
dejamos un coche y con el otro volvimos hasta Cabañes, punto de partida de
nuestra última etapa. Descendimos por un camino incómodo aunque no difícil que
corría cerca de la carretera y que nos
exponía constantemente a un sol cada vez más inclemente. Los km centrales, prácticamente por la carretera, no fueron especialmente duros pero, una vez atravesamos Potes, los últimos tres km sí se nos hicieron bastante duros. En esos momentos se pone a prueba nuestras ansias de superación y se excitan nuestros sentimientos solidarios con la intención de que todos, los cinco, podamos coronar el reto. Especialmente bien llegaban los consejos de Sebastián para modular el esfuerzo y conseguir que, al fin, todos hayamos logrado lo que nos proponíamos.
exponía constantemente a un sol cada vez más inclemente. Los km centrales, prácticamente por la carretera, no fueron especialmente duros pero, una vez atravesamos Potes, los últimos tres km sí se nos hicieron bastante duros. En esos momentos se pone a prueba nuestras ansias de superación y se excitan nuestros sentimientos solidarios con la intención de que todos, los cinco, podamos coronar el reto. Especialmente bien llegaban los consejos de Sebastián para modular el esfuerzo y conseguir que, al fin, todos hayamos logrado lo que nos proponíamos.



Después
de recoger nuestras credenciales, aunque lo que acredita nuestro esfuerzo está
grabado en nuestros corazones, y fotografiarnos ante la Puerta del Perdón,
tomamos dirección a Potes y seguimos hasta Cabañes para recoger el otro coche y
volver a nuestro “hogar” de Cicera. Teníamos intención de volver a cenar en la
Taberna de Cicera, pero ya no había sitio, recomendándonos un bar en Linares,
el Garaje. Y otra vez hubo suerte: queso blanco con anchoas, ensalada, bonito a
la plancha con fritada de cebolla y pimiento, gambas al ajillo y filete de
ternera. Arroz con leche, el rey de nuestros postres en Cantabria, aunque no el
único, fue el broche a nuestra cena en esta pequeña población. Volvimos a
Cicera y a la Taberna de Cicera con la idea de tomar una copa: dos gin tónic, wun
isky con cola y una manzanilla al fresco de la noche pusieron el colofón a
nuestra última noche en la citada población.

hallazgo: sus casas, el paisaje, el torreón enhiesto de su antiguo castillo, su coqueta y hermosa iglesia -Ntra. Sra. de la Asunción- con un retablo de influencia churrigueresca y un colorido y acabado naif, su pequeño cementerio y su escuela-museo; una tarde para recordar. Incluso nos sentimos escolares y a más de uno se nos puso un nudo en la garganta al ver los cuadernos de caligrafía, la enciclopedia Álvarez, pizarras y pizarrines y bancas con dispositivo para el tintero. Nuestras vidas pasaron ante nuestros ojos en unos instantes; al menos una parte importante de las mismas: la de nuestra formación.

mientras viajábamos hacia la ciudad del Duero, reservó el almuerzo en el mismo Parador. Y otra vez la elección fue perfecta.

natillas… Todo exquisito. Un rato a nuestras habitaciones y salimos para visitar la ilustre ciudad del Tratado de su nombre (1494).

tortillas de jamón, salmorejo, etc., más sorbetes, compota y helado nos permitieron retirarnos suficientemente saciados a nuestras habitaciones.
Martes, 14 de agosto. La noche anterior
habíamos decidido que desayunaríamos fuerte para evitar tener que almorzar por
el camino, librándonos del característico sopor que tan nefasto resulta para la
conducción. Y así lo hicimos, pero no desayunamos fuerte, lo hicimos fortísimo:
huevos fritos, bacón, charcutería, tostadas, zumo, café, bollería, fruta… Y el
camino no resultó pesado, parando para tomar café y un refresco de cola otra
vez en Almendralejo. Poco después de las 16:00 h en Hinojos y en torno a las 17:00
h en Punta Umbría y El Portil. Y todos en casa, y dispuestos a...
Viaje inolvidable, con buenos amigos y con ganas de pasarlo bien, así todo sale como lo imaginas antes de partir. Bastante más duro de lo que sospechábamos, pero nuestro afán de superación y nuestra amistad hicieron posible tamaño esfuerzo.
ResponderEliminarComo siempre,una grata experiencia.Superando dificultades en buena compañia y pasando unos momentos inolvidables.
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