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domingo, 2 de agosto de 2015

Disfrutando de los sentidos...II

Por segunda vez, y con el mismo título, nos atrevemos en nuestro blog a relatarles una experiencia viajera y culinaria que hemos realizado entre los días 8 y 24 de julio de este año. El punto inicial fue Figueras (Gerona), con el fin de visitar el interesante museo Dalí para admirar algunas obras extraordinarias del surrealismo, como su hermosa y sugerente Leda atómica, personificada por Gala. Precisamente en Figueras nos quedamos en el Hotel Durán, donde nos atendieron estupendamente, y pudimos disfrutar de su excelente restaurante, con el mismo nombre, lleno de ecos y retazos dalinianos dibujados en sus paredes, y con un servicio exquisito y buenas viandas. A destacar una apetitosa crema de lentejas, para acompañar una butifarra o chacina casera, y una dorada a la sal extraordiaria. Maricarmen se dejó retratar en dicho restaurante. Nuestra 
siguiente estación fue Niza, donde pudimos disfrutar del Museo Matisse, desde cuya ubicación se domina una vista magnífica de la ciudad de la Costa Azul francesa, y del romántico cementerio de Cimiez; pasear por la ciudad vieja, a pesar de los turistas (nosotros entre ellos), resulta muy agradable y casi lujurioso recorrer su célebre Promenade des anglais, admirando edificios y hoteles legendarios (Le Negresco...) que nos recuerdan célebres films interpretados por Grace Kelly y Cary Grant. En el célebre paseo, Maricarmen admira las vistas frente al mar. 
No tuvimos ocasión de comer en un restaurante especial ya que tomamos unas cervezas y picamos algo, todo informal. Al día siguiente continuamos viaje hacia Rávena, la Ravenna inmortal, la sede del Exarcado del mismo nombre, herencia bizantina y Justinianea y tesoro de la musivaria universal. Se trata de una verdadera joya; una ciudad pequeña, abarcable, con un centro histórico muy interesante y vivible. Nosotros nos quedamos en un Bed & Breakfast de Vicolo Gabbiani, humilde pero bien atendido por su dueño, amable y solícito; y en todo el centro, muy cerca de casi todo: San Vital, el sepulcro de Gala Placidia, San Apolinar el Nuevo, etc. Camino del mar, se encuentra San Apolinar in Classe, ejemplo de basílica bizantina erigida para mayor gloria del obispo martir y evangelizador de la zona, impresionantes los mosaicos del ábside y de los laterales de la nave central, sobre las columnatas que separan las tres naves.
Pasear por esta ciudad es un placer, encontrándonos a cada paso iglesias, baptisterios, monumentos
funerarios y otros edificios de gran interés, y lo mismo podríamos decir de la cocina que podemos degustar en sus distintos restaurantes. Uno muy especial para nosotros fue el RISTORANTE PIZZERIA BABALEUS, en la misma calle Vicolo Gabbiani. Su encargado fue muy amable con nostros, ayudándonos a recobrar una bolsa con nuestra documentación y la cámara fotográfica que habíamos dejado olvidada nuestra última noche en Rávena, llegándose al restaurant temprano un domingo para devolvernos la bolsa cuando no tenía que abrir hasta la tarde-noche; su diligencia nos facilitó la salida hasta Croacia, perdiendo poco tiempo. Y qué decir de su gentileza, servicio y buenos alimentos. Precisamente, esa última noche cenamos en el citado restaurant donde pudimos degustar una inmejorable Ensalada Caprese, una jugosa, sabrosa y en su punto Pizza a los Cuatro Quesos y, de postre, una exquisita crema de leche al caramelo. Desde luego muy recomendable el Ristorante Pizzeria BABALEUS, en Vicolo Gabbiani, Ravena.
Después de dos días y medio en Rávena, salimenos en dirección a Dubrovnik, nuestra siguiente etapa.
Esta ciudad, que fue sede de la antigua República de Ragusa, con vigencia entre el s. XIV y los inicios del s.
XIX, es hoy uno de los focos turísticos más atractivos de la República de Croacia, en pleno Adriático. Su ciudad vieja y sus playas constituyen un poderoso atractivo para turistas que llegan desde los más alejados puntos del planeta.
Pasear por sus callejas, circunvalar la muralla de la ciudadela -de obligado cumplimiento- constituyen un verdadero placer, disfrutando de hermosas vistas y,
si es verano, de mucho calor, pero ya se sabe: la vida del turista...
También paseando y entrando y saliendo de la miríada de tiendas y pequeños comercios, puestos de frutas, de bisutería... Después de beber el necesario e imprescindible líquido elemento para evitar la deshidratación, agua en cantidad, buscar con cuidado un lugar en el que comer. Hay muchos pero hay que vigilar la calidad; nosotros encontramos uno que nos resultó adecuado y con precios muy asequibles, el Kanoba Amoret, pegado a la muralla de la ciudadela, junto a la catedral, resulta un lugar agradable, bien situado y con una cocina que nos resultó atractiva. 
Pudimos degustar ostras, pescado frito y a la plancha y un arroz negro bastante logrado, al que según nuestro gusto, le habían puesto en el sofrito un poco de romero que le prestaba al guiso un toque diferente y exótico; por cierto que también ponían romero en el recipiente del aceite de oliva, que probamos sobre pan; muy rico. También, como tuvimos ocasión de visitar el restaurant en dos ocasiones durante los tres días que estuvimos en Dubrovnik, probamos mejillones a los que ponían ajitos, algo de pan rallado, perejil y vino, resultando una combinación muy sugerente.   
Las compras, muy aconsejables, hemos de hacerla con cuidado y sin prisas, aunque existe homegeneidad en lo que a precios hace referencia: artesanía,
algunas acuarelas y sovenirs pueden constituir parte de sus recuerdos. En sus paseos podrán admirar iglesias, fuentes y callejas que se empinan a uno y otro lado de una vaguada que termina en una una ensenada natural a la que se abre el puerto de Dubrovnik y desde el que podrá disfrutar de excursiones, más o menos cercanas, refrescantes y sugestivas alrededor de islas cercanas al mismo en barcos de diferente tamaño.
En nuestra estancia en Dubrovnik, nos alojamos en los apartamentos Villa Antea, en la calle Iva Dulcica, en el barrio de Babin Kuk. Muy bien atendidos, en una habitación amplia y confortable, con gente agradable y una piscina que nos ayudaba a soportar el calor sofocante que "disfrutamos" esos días.  Muy cerca, un paseo con chalets de lujo, hoteles y restaurants y bares, junto a una playa muy concurrida, nos permitía pasar un rato agradable en la tarde-noche, con buena música, antes de irnos a nuestro apartamento.
Nuestra siguiente parada, Krakovia; ciudad hermosísima, pero lejana. Teníamos previsto pasar por Bratislava, donde realizaríamos una parada y descanso, pero por problemas que no vienen al caso fuimos directamente a la perla de Polonia. Nos alojamos en el hotel Yarden, en la calle Dluga, también muy agradable, bien atendido y junto a la barbacana y el centro histórico, por lo tanto bien situado. Pasear por sus calles te retrotaen a un pasado brillante, ciudad hermosa, cuna de cultura y de ciencia; capital del reino de Polonia, es la segunda ciudad del país con algo más de 700000 h. Sin embargo, también nos recuerda a una Europa atormentada, con persecuciones y ghetos y con una verguenza cercana, el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, como ejemplo de barbarie y oprobio, que nos recuerda qué peligros hemos de combatir. A orillas del Vístula, recorrer la Plaza Mariacki y admirar la Iglesia de María, el mercado con sus puestos, el templo de San Pedro y San Pablo, el de San Andrés o la Sinagoga vieja; o el ambiente por las tardes, los coches de
caballos y los numerosos restaurants y terrazas que jalonan el camino hasta el río. Precisamente, pasado el Vístula, podemos llegar hasta la calle Lipowa y encontar la antigua fábrica de O. Schindler, convertida hoy en museo. Mención aparte requeriría la colina Wawel, donde se encuentra el palacio-castillo real y la catedral, impresionante conjunto. 
En cuanto a la comida, también pudimos disfrutar de platos típicos de la zona, como la sopa con kielbasa, cebollino y perejil, muy gustosa, pero algo pesada por la presencia de las salchichas. Uno de los días, ocupamos la mitad del mismo en visitar Oswiecim y Brzezinka, en alemán Auschwitz-Birkenau; fue una experiencia dura, aún para nosotros, profesores de Historia y, por lo tanto, acostumbrados a explicar y desentrañar hechos como los ocurridos en ese horrible lugar. Ambos nos sentimos muy afectados por lo visto, imaginamos que cualquiera con una mínima sensibilidad experimentaría algo similar.
Pero volvemos a Krakovia, ciudad amable por la que pudimos pasear y comprar artesanía, ámbar sobre todo, pero con ojo, y también pudimos adquirir  cajas de madera y otro tipo de artesanía. Cerca de nuestro hotel, en la calle Florianska, encontramos restaurants, como el Pod Zlota Pipa, donde degustar platos típicos polacos, aunque también con influencia germana, como sería el caso del golonka (codillo asado) o la crema de coliflor.  Después de dos días y medio, abandonamos Krakovia, ciudad inolvidable, y tomamos dirección a Alemania, exactamente a Dresden, la perla del Elba, alojándonos en el hotel Elbflorenz, en la calle Rosenstrase, nuevamente muy cerca del centro histórico de esta ciudad que, a punto de terminar la II Guerra Mundial, sufrió un bombardeo inmisericorde que destrozó gran parte de su impresionante legado arquitectónico, felizmente hoy restaurado. Al lado del río Elba se levanta un magnífico conjunto de influencia barroca, con obras sin par como el Palacio Zwinger, que acoge la impresionante y magnífica pinacoteca  Gemäldegalerie Alte Meister, o la bellísima catedral católica ante la que aparece Maricarmen o Frauenkirch, la iglesia protestante cabecera de la ciudad de Sajonía cuyo curioso interior nos recuerda un teatro. Bellísimas plazas, como la Kleine Kirch-gasse o la Rathaus Platz, con elegantes restaurants y terrazas en las que pasar un rato agradable, aun lloviendo, como nos ocurrió a nosotros y disfrutando de una magnífica actuación en directo de una soprano y una contralto que cantaron algunas piezas escogidas de música clásica. En cuanto a las compras, pues algo más caro que en Polonia, pero tampoco es que fueran imposibles. Cenamos en el restaurant Quattro Cani del hotel Elbflorenz, pudiendo disfrutar de una exquisita sopa de tomate y una tabla de quesos muy apetecible; por cierto, el buffet del hotel, extraordinario.
La sopa, magnífica como señalamos más arriba, estaba aderezada con vinagre caramelizado y una hoja de albahaca.
El hotel, bastante bueno y con un servicio a la altura, aunque la atención, quizá algo mejorable; en cuestión de idiomas solamente alemán e inglés; poco o nada de español, francés o italiano.
Al día siguiente, muy temprano, emprendimos camino a Amsterdam, nuestra antepenúltima etapa, alojándonos en un hotel manifiestamente mejorable, pero eso sí, muy céntrico. Ciudad atrayente, que ya conocíamos, y que nos interesaba por volver a algunos lugares que visitamos con nuestro hija, hace ya quince años, y poder ver la Casa-Museo de Ana Frank, una visita también cargada de emotividad. Además de un paseo por los canales, la visita al Museo Van Gogh y el Rijksmuseum completaron dos jornadas estimulantes y productivas; en este último museo pudimos disfrutar de magníficas obras de Rembrandt, Vermeer y extraordinarios bodegones de Heda. Cenamos sopa de tomate, buena, aunque no como la del Elbflorenz, y pizza, además de las típicas tortas holandesas, verdaderamente sabrosas y nutritivas.

El ambiente de esta ciudad es excitante. Su tráfico -bicicletas, automóviles, tranvías-, aparentemente desorganizado, te puede llegar a desquiciar, aunque luego todo resulta mucho más ordenado de lo que cabría esperar. La plaza Dam, la avenida Damrak, el canal Amstel, la Estación Central, el barrio rojo y los coffee shop contribuyen a darle ese ambiente tan suigéneris que caracteriza a esta ciudad conmopolita como pocas.
Esto se acaba... Nuestra penúltima etapa era Versalles; volver a ver el palacio y sus jardines, así como pasear por sus calles diseñadas según el ritmo creado por Le Vau, Le Notre y Hardouin-Mansart, hacedores del diseño palaciego, resultaron un placer. Nos alojamos en un hotel humilde, algo anticuado, pero limpio y bien atendido, el hotel L'home de Saint Louis, que estaba biem situado, relativamente cerca de la RueRoyal. El interior del palacio, con sus increibles salones, las pinturas de David (Coronación de Napoleón) y Gros, los jardines diseñados por Le Notre y los palacios aledaños (Le Grand Trianon, Le Petit Trianon, Le domaine de Marie Antoinette...) nos permitieron hacernos una idea de la grandeza y megalomanía del Rey Sol y de como todo aquello, y lo que surgió en torno a aquel complejo, avivó el estallido revolucionario de 1789. Cuando caía la tarde nos fuimos a la Rue Satory, junto a la catedral de Saint Louis, en la que hay un gran número de restaurants, la mayoría de ellos atestados; nos sentamos en una terraza y compartimos una tabla de charcutería, quesos y unas tostadas con tomate, que estaban muy buenas, todo ello acompañado de cerveza.

Y... nuestra última etapa: Logroño; de las pocas capitales de nuestro país que aún no conocíamos y nuestra elección fue un acierto. Nos alojamos en el hotel Carlton Rioja, que resultó una elección magnífica ya que sus instalaciones y servicios resultaron excelentes, así como su ubicación, junto al parque del Espolón y el centro histórico de la ciudad, inmejorable. Andando nos adentramos en el citado centro histórico, por la calle del Peso hasta Portales, pudiendo disfrutar de la Plaza del Mercado, su magnífica Concatedral, la antigua Tabacalera, con su hermosa chimenea de ladrillo, la iglesia de Santiago y, por la calle Sagasta, que se convierte en infinita vía hacia las montañas y el Norte, hasta un hermoso puente de hierro que salva el cauce del río Ebro. Precisamente en la Concatedral de Santa María de la Redonda, sobre un antiguo templo románico, siendo fundamentalmente del s. XVI y con reformas del s. XVIII, pudimos disfrutar en su transaltar o deambulatorio (detrás del altar mayor) de una preciosa joya: una crucifixión atribuida al gran Miguel Ángel en pequeño fiormato, que llegó hasta Logroño en el s. XVI por avatares que tuvieron que ver con las guerras entre la monarquía hispana y la francesa (Carlos I versus Francisco I).
En cuanto al buen yantar, como en Logroño, pocos sitios. Tanto si vamos de pinchos como si nos sentamos a la mesa de un buen restaurant, la experiencia es magnífica. Experimentamos lo priomero en La Tavina, taberna y tienda de vinos, en la calle del Laurel, en la que probamos una tapa de careta de cerdo que estaba estupenda. Ya de noche, en las calles del Laurel y San Agustín, en las que hay excelentes restaurants, buscamos uno para cenar y nos decidimos por Cachetero; acierto completo. Ambiente, atención, tanto de la señora/señorita que nos sirvió como del cocinero que salía y preguntaba a los comensales cómo iba todo, y viandas a grandísima altura; un restaurant muy recomendable. Primero nos tomamos una menestra de verduras de temporada inmejorable; Maricarmen pidió unas manitas de cerdo con setas y foie que quitaban el hipo y yo, finalmente, un cochinillo al horno en su punto exacto, todo acompañado por un rioja Viña-Cubillo excelente. De postre, una panchineta de hojaldre rellena de crema sobre base de chocolate caliente y helado de Bailey que estaba deliciosa; nuestra experiencia en Cachetero, para repetir y recomendar.

Al día siguiente, continuamos viaje hasta casa y, ahora, nos permitimos recordar el viaje en nuestro blog, así como haceros partícipes de las experiencias culinarias que disfrutamos.
Ya mismo volvemos a publicar nuevas recetas y aprovechamos para aconsejarles que, siempre que puedan, disfruten de sus sentidos.










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